Llovía fuego y
el día se oscureció en éxtasis multicolor,
era la última
vez que el Miravalles explotó.
Justo ese día,
que el futuro cacique volvería
de su
meditación en la montaña.
La naturaleza
había decidido que era el momento
de nutrir unas
tierras viejas y cansadas,
bosques y
praderas estaban perdiendo su brillo y encanto,
era un cambio,
una revolución, una necesidad
pero una
catástrofe al fin,
gentes, plantas
y animales no podían huir.
La princesa
sube la montaña y al borde del volcán,
ruega a Yökö por la suerte de su amado.
en su atenta y
dolorosa faena de purificar y revivir los campos,
detiene su
acción y acude al poderoso llamado del amor
y explica a la
enamorada que
el cambio es
una ley y la ley no tiene excepciones:
su vida llegó
al límite y desconoce la suerte del príncipe,
pero,
su amor merece
dos regalos para siempre:
calentará las
aguas en que se bañará el futuro cacique
y recordará ese
día con los atardeceres de Tamarindo.